miércoles, 6 de agosto de 2025

Cíclope


 

Cíclope

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Bartolo bajó la ladera totalmente borracho, como todas las noches. En cuanto terminaba su diario trabajo de estibador de ferrocarriles, acostumbraba meterse a la cantina El siete leguas y embriagarse hasta el cierre. Una idea le había rondado sin aclararse, rayos y centellas destilaban sus pensamientos cada vez que el sotol circulaba en el aire de sus venas. Se le había metido en la cabeza que su cuñado Pablo, por el solo hecho de haberse casado con su hermana, se las tenía que pagar todas juntas con una buena golpiza, nomás porque sí. A golpes tocó la puerta mientras gritaba:

―Sal, si eres tan hombre. Aquí te vas a morir, caballerito.

Carmen despertó asustada y le pidió a su marido que no saliera, que no fuera a golpear a su hermano, que andaba borracho y al rato se iría. Pero a Pablo le preocupaba el miedo de sus dos hijos, que azorados escuchaban los golpes de la puerta y la gruesa voz de su tío Bartolo enloquecido.

Así que tomó una cuerda de ixtle, salió por la puerta del patio, subió al techo y caminó hacia el frente. Desde allí brincó encima del gigante, que no se la esperaba; con rápidos movimientos lo amarró de los pies y los brazos; cinco segundos antes de que pudiera reaccionar ya estaba inmovilizado. Pablo arrastró por media calle a su cuñado hasta el dispensario del barrio, como a un bulto vociferante.

Con aparente tranquilidad, Pablo regresó a su casa, le dijo a su mujer que todo estaba bien, que se fuera a dormir. Ella, en silencio, pero todavía temblando del susto, fue a tranquilizar a sus hijos; con una seña apenas perceptible le agradeció a su esposo la protección y la calma.

sábado, 19 de julio de 2025

Bumerang


 

Bumerang

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Una madrugada de enero, José Dolores decidió matarse. Iniciaba el año 1960, él era vecino de mis abuelos, en la Colonia Rosario. Era joven y extraño, no hablaba con nadie, tenía el pelo albino, complexión atlética, y se vestía con estilo militar. Trabajaba como celador en la Penitenciaría del Estado, la que está en la calle 20 de Noviembre. En el barrio se hizo una conspiración de silencio en torno a su muerte, no hubo velorio y casi nadie acompañó el cortejo fúnebre hasta el panteón municipal donde lo sepultaron.

Años después, alguien me platicó en la cantina Siete Leguas que Lolo, además de su chamba en la Peni, hacía trabajos especiales en el Cuartel de Rurales, el que estaba en el valle del Cerro Coronel. Como tenía una puntería endemoniada, era uno de los encargados de aplicar la ley fuga. Ciertos prisioneros reincidentes o demasiado peligrosos eran señalados por el dedo fatal de algún funcionario judicial, o por el gobernador tal vez, eso nunca se sabe, para ser ejecutados en forma clandestina.

El procedimiento era sencillo, en una forma espeluznante. Consistía en soltarlos desde una celda con la puerta abierta y les daban la indicación de que corrieran hasta la barda del fondo, que no era muy alta, con la promesa de que, si conseguían escapar por allí, quedarían libres. Pero a la orilla de otra barda lateral estaba Lolo: jamás se le peló nadie, su tiro sonaba certero como juicio final.

Los jefes de la judicial fueron los que más lamentaron su suicidio, pues pistoleros con tan fina vista y pulso tan firme, no se dan en maceta.

sábado, 21 de junio de 2025

Millonarios con la pena

 


Millonarios con la pena

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Chunny Barba e Inglaterra Quintana, ejemplar matrimonio de comunistas de los de antes, fueron a Juárez a pasar fin de año con unos amigos en un antro de super lujo, donde una secretaria de Recursos Hidráulicos les había reservado mesa.

A cual más, a cual menos, todos eran héroes de antiguas batallas de la izquierda que tanto buscó, sin resultados ni eficiencia, el advenimiento de La Utopía.

Otros sectores de la sociedad los consideraban triunfadores, pues Inglaterra y Chunny eran típicos nuevos ricos de mansiones, camionetas negras, viajes a Europa; tapizaban las 17 habitaciones de su casa con antigüedades y pinturas de pésimo gusto, aunque originales y caros.

Al principio de la velada todos los camaradas se miraban entre sí un poco avergonzados por andar tan elegantes y enjoyados. Pero a las 12 gritaban alegres la llegada de 2015 así juntos, tan amigos y tan cómplices de toda una vida.

Como a Inglaterra se le pasaban las copas y las pastillas, ya borracha gritó destrampada las consignas de su nueva aventura ideológico/sentimental:

―¡Ayotzinaapa!

―¡Vivos los tomaron, vivos los queremos!

Claro que nadie la escuchaba y ni caso le hacían, acostumbrados a sus desvergonzados excesos.

sábado, 24 de mayo de 2025

Furor

 

Dibujo: Beatriz Bejarano

Furor

 

Por Jesús Chávez Marín

 

En la noche helada, el silencio de la nieve que vuela desde lo alto, hasta posarse suavemente en mi pelo, me evoca la timidez con que llorabas cuando te abandonó tu esposo. A pesar de que han pasado 15 años desde que viniste a la editorial a platicarme aquellos hechos crueles que te marcaron de dolor el cuerpo entero, todavía siento muy viva la confusión de no saber cómo consolarte.

Me reclamabas porque yo sabía parte de la historia y nunca te la dije, nunca te previne de todo lo que luego sucedió. Aproveché ese tema para que te enojaras conmigo y así distraerte del lamento encarnado y lloroso en el que te licuabas frente a mí, literalmente, pero tú volvías a lo mismo, a ese tono de elegía con el que me contabas con lujo de detalles tu amor traicionado.

¿Dónde estarás ahora, amiga, mi estrella rota, presa del amor que jamás declina?

jueves, 1 de mayo de 2025

El box


 

El box

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Los sábados en la tarde, cuando llegaba de la obra, Manuel ponía la hielera con cervezas y hielo; se sentaba afuera de la casa al aire libre, viendo pasar la gente. También miraba a su hijo, quien jugaba en la tierra con sus primos. Le habló:

―Chumel.

―¿Qué pasó, papá?

―Te voy a dar un peso si te das un tiro con Chuy, y le ganas. Y dos, si le sacas el mole.

―No, papá, andamos jugando. Además, no me ha hecho nada; tú me enseñaste a que me defendiera en la escuela, pero Chuy es mi primo.

―No seas rajado, ¿a poco le tienes miedo?

Para nada me tenía miedo. Chumel tenía ocho años, yo era mayor que él y estaba más alto, pero él era ligero y fuerte, más vago y peleonero.

Entre más se emborrachaba, más necio se ponía Manuel con el muchacho. Quería verlo pelear, lo valiente que era, muy hombre como su padre. Lo fregaba cada rato.

―Órale, m’hijo, no le saque. ¿A poco porque es más grande?, entre más altos son, más recio caen. Si no, voy a pensar que eres culey.

Por mala suerte, me tocó ganarle en la rayuela; fue casualidad, porque él siempre ganaba, era más hábil para todo. Pero esa vez le atiné a la lanzada y le partí su trompo en dos, sin querer; uno de encino bien bonito que le había traído su padrino de Guadalajara.

Me dio un empujón contra una barda de piedra, me raspé los brazos y salió sangre. Pero no era suficiente mole, en cuanto me levanté me apañó con un golpe en la cara y, al cruce, con el otro puño. La nariz es escandalosa, mi camisa quedó teñida de rojo y así le hubiera seguido si no llega Pablo, mi hermano, y me aliviana por lo menos a que ya no me siguiera surtiendo.

Cuando terminó el pleito, Manuel se sentía muy orgulloso de su hijo, qué muchacho tan bueno para los trancazos. También vio con tristeza que nada más había dos cervezas en la hielera. Y como le había dado lo del chivo a su señora, ya no le quedaba ni un centavo para las otras.

domingo, 27 de abril de 2025

La educación de los niños

 


La educación de los niños

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Mis primos los grandes me dijeron:

―A ver, Rulis, diga muchas veces la palabra charco.

― Charco. Charco. Charco.

Se reían mucho.

Yo creo que cuando llegué a mi casa quería que mi mamá también se riera y entré repitiendo la misma palabra.

 Mi mamá no se rió.

 Agarró un zapato y me empezó a pegar muy enojada.

―Mocoso malcriado, ahora verás.

Salí corriendo y me metí debajo de la mesa, pero me alcanzó a dar un demoniazo muy fuerte en la espalda.

Me dolió de a madre.

sábado, 19 de abril de 2025

Adiós, hija querida

 

Dibujo: Beatriz Bejarano


Adiós, hija querida

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Me parece que esa noche don José había salido de viaje, así que no se enteró hasta tres días después.

Su señora andaba asustadísima por lo que pasó, y sobre todo de imaginar la manera como reaccionaría él cuando supiera. Le tenía pánico.

Cuando la hija regresó a la mañana siguiente, toda llorosa, apenadísima, pero con una carita de decisión tomada, y de cierta íntima felicidad, ella, su propia madre, no había tenido el valor de apoyarla con su cariño ni tampoco de regañarla. Ya para qué.

En silencio la vio sacar tímidamente alguna ropa, aceptó inmóvil el beso en la mejilla y se quedó muy quieta, viéndola salir.